¡No nos
vamos a engañar! Desde el punto de vista mediático un mayor tamaño y
espectacularidad de los fósiles encontrados llama mucho la atención: un gran
mastodonte, un dinosaurio gigante o un temible dientes de sable cuyos colmillos
miden como un enorme cuchillo de cocina son buenos reclamos. Pero éstos restos
tienen hermanos pequeños, en ocasiones muy desconocidos entre el público en
general pero muy importantes para los paleontólogos.
Son los
microfósiles, organismos microscópicos o diminutas partes de organismos mayores
(dientes de roedores, polen de plantas o larvas por ejemplo) cuya observación
requiere el empleo de una lupa o microscopio.
A
diferencia de la recuperación de huesos de gran tamaño, los microfósiles se
esconden entre kilos y kilos de sedimento que hay que recoger, secar, pasar a
través de diferentes tamices y seleccionar durante intensas horas de trabajo
bajo la luz de una lupa.
Y es que
el esfuerzo merece la pena ya que aportan interesantes datos sobre la edad y
ambiente de formación de los yacimientos y por tanto resultan piezas clave en
la reconstrucción de la apasionante vida en el pasado.
En esta
ocasión y como “Secreto” del mes de marzo os invitamos a descubrir los pequeños
dientes de un roedor del grupo de los hámster procedente del yacimiento “Crevillente
2”.
¿Te animas
a mirar bajo la lupa?
Ainara
Aberasturi Rodríguez
Paleontóloga
del MUPE
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